Regresa la primavera a Vancouver.

sábado, 1 de julio de 2017

Carnaval: LA TÍA JULIA Y EL ESCRIBIDOR, de Mario Vargas Llosa

"... comenzó medio siglo atrás, una noche de Carnavales, cuando un joven de buena familia, que gustaba darse baños de pueblo*..."

(Fragmento del capítulo XIV)
 
La historia de Reverendo Padre don Seferino Huanca Leyva, ese párroco del muladar que colinda con el futbolístico barrio de la Victoria y que se llama Mendocita, comenzó medio siglo atrás, una noche de Carnavales, cuando un joven de buena familia, que gustaba darse baños de pueblo, estupró en un callejón del Chirimoyo a una jacarandosa lavandera: la Negra Teresita.
 
Cuando ésta descubrió que estaba encinta y como ya tenía ocho hijos, carecía de marido y era improbable que con tantas crías algún hombre la llevara al altar, recurrió rápidamente a los servicios de doña Angélica, vieja sabia de la Plaza de la Inquisición que oficiaba de comadrona, pero era sobre todo surtidora de huéspedes al limbo (en palabras sencillas: abortera). Sin embargo, pese a los ponzoñosos cocimientos (de orines propios con ratones macerados) que doña Angélica hizo beber a la Negra Teresita, el feto del estupro, con terquedad que hacía presagiar lo que sería su carácter, se negó a desprenderse de la placenta materna, y allí siguió, enroscado como un tornillo, creciendo y formándose, hasta que, cumplidos nueve meses de los fornicatorios Carnavales, la lavandera no tuvo más remedio que parirlo.
 
Le pusieron Seferino para halagar a su padrino de bautizo, un portero del Congreso que llevaba ese nombre, y los dos apellidos de la madre. En su niñez, nada permitió adivinar que sería cura, porque lo que le gustaba no eran las prácticas piadosas sino bailar trompos y volar cometas. Pero siempre, aun antes de saber hablar, demostró ser persona de carácter. La lavandera Teresita practicaba una filosofía de la crianza intuitivamente inspirada en Esparta o Darwin y consistía en hacer saber a sus hijos que, si tenían interés en continuar en esta jungla, tenían que aprender a recibir y dar mordiscos, y que eso de tomar leche y comer era asunto que les concernía plenamente desde los tres años de edad, porque, lavando ropa diez horas al día y repartiéndola por todo Lima otras ocho horas, sólo lograban subsistir ella y las crías que no habían cumplido la edad mínima para bailar con su propio pañuelo.
 
 
Mario Vargas Llosa (Perú, 1936). Obtuvo el premio Nobel en 2010.
 
* La ilustración corresponde a un autobús que transitaba por el barrio de la Victoria en el año de 1958. Durante el mes de febrero, es una arraigada costumbre en Lima lo que llaman "jugar a los carnavales": la gente porta baldes y globos llenos de agua para arrojarla sobre quienes encuentran a su alcance con el fin de "bautizarlos".  De manera que la expresión "gustaba darse baños de pueblo" empleada por Vargas Llosa, además de su significado coloquial, en este caso resulta de lo más certera. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario