Regresa la primavera a Vancouver.

sábado, 13 de agosto de 2011

William Faulkner y el portero del prostíbulo


Al mismo tiempo que me encontraba investigando acerca de William Faulkner, de quien me he estado ocupando por estas fechas con el pretexto de que su obra aparece pletórica de referencias al mes de agosto, un día me encontré en la bandeja de mi correo electrónico con un mensaje titulado El portero del prostíbulo, el cual imaginé uno de esos felices hallazgos con que la vida suele escribir el libro de las coincidencias. En una entrevista que con el tiempo se volvería célebre, Faulkner afirmó que el lugar que proporciona el ambiente ideal para el trabajo de un escritor es un burdel. Esto debido a que en cierta época trabajó en un prostíbulo de Nueva Orléans -se me ocurre que similar al que aparece en aquella película Niña Bonita (Pretty Baby), de Louis Malle, y también me remite a la colección fotográfica Retratos de Storyville (Storyville Portraits), del legendario E. J. Bellocq-, y fue entonces que descubrió su insólita paz matutina, lo que le permitía escribir sin interrupciones y cuando las mujeres al fin despertaban, solían platicarle sus vivencias, que suelen ser más estimulantes para un escritor que las de una madre de familia de buena conducta: "El lugar está tranquilo durante la mañana, que es la mejor parte del día para trabajar. En las noches hay la suficiente actividad social como para que el artista no se aburra..."

En algunas de sus biografías apuntan que lo despidieron de dicho trabajo porque acostumbraba a beber más de lo que obtenía como salario. "El artista es sólo responsable ante su obra. Será completamente despiadado si es un buen artista. Tiene un sueño, y ese sueño le angustia tanto que debe librarse de él. Hasta entonces no tiene paz. Lo echará todo por la borda: el honor el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, con tal de escribir el libro. Si un artista tiene que robarle a su madre, no vacilará en hacerlo...", afirmaba en esa misma entrevista.

Por todo lo ya mencionado, la lectura de El portero del prostíbulo resultó permeada por la nugacidad. Se trata de una simple fábula predecible, anodina y burda, con moraleja incluida, sobre la improbable experiencia del analfabeta de un pequeño pueblo, donde trabaja como portero del burdel y lo despiden por no saber leer ni escribir. Entonces empieza a transportar herramientas por encargo, desde la ciudad más cercana, hasta que eso le permite montar primero una ferretería y más tarde su propia fábrica, para terminar convertido en el hombre más rico del pueblo. El alcalde le pregunta cómo es posible que hubiese podido construir un imperio industrial siendo analfabeta, "¿qué hubiera sido de usted si hubiera sabido leer y escribir?", a lo que el sujeto le responde: "Si yo hubiera sabido leer y escribir... ¡sería el portero del prostíbulo!".

Este tipo de parábolas que apelan a la ignorancia de quien las lee realmente me indignan. Se requiere de un alto grado de incoherencia para suponer que alguien puede construir una fábrica de herramientas en un pueblo que carece de carreteras y que su volumen de ventas podría llegar a ser tan alto que le permitiría convertirse en un millonario el cual, supongo, nunca declaraba impuestos ni firmaba contratos, o de plano se rodeó de los contadores y abogados más honestos que el surrealismo pudiera concebir en sus mayores delirios. Mi conclusión sería que en lugar de transportar herramientas a lomo de burro, debió esforzarse por aprender a leer y escribir. Eso le habría permitido retener su trabajo en el burdel, sin duda más divertido que sus trayectos guiado por asnos. Y tal vez hasta hubiese ganado el premio Nobel de literatura, como lo hizo Faulkner.


Jules Etienne

La ilustración corresponde a la fotografía de una prostituta en un burdel de la zona roja de Nueva Orleans que forma parte de la colección Storyville Portraits (1912), de E. J. Bellocq.

La entrevista con William Faulkner traducida al español es posible leerla en: http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/faulkner.htm

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