Regresa la primavera a Vancouver.

martes, 22 de febrero de 2011

Un seudónimo peculiar: HONORIO BUSTOS DOMECQ


Entre los autores de novela negra y policial resulta bastante común el uso de seudónimos literarios, o pen name como se les dice en inglés. Dashiell Hammett publicó sus primeros relatos para la revista Black Mask como Peter Collinson, el verdadero nombre de Ross MacDonald era Keneth Millar y James Hadley Chase se llamaba en realidad René Brazoban Raymond. En nuestra lengua resulta célebre el caso de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, quienes publicaron en 1942 un volumen con media docena de relatos detectivescos bajo el título de Seis problemas para don Isidro Parodi. El nombre del autor, Honorio Bustos Domecq, lo formaron con los apellidos de sus respectivos bisabuelos.

Tratándose de Borges, con su irrefrenable vocación satírica, no es de sorprender que hasta una biografía le hayan inventado -misma que aparece en el prólogo-, firmada por una tal Adelma Badoglio:

"El doctor Honorio Bustos Domecq nació en la localidad de Pujato (provincia de Santa Fe), en el año de 1893. Después de interesantes estudios primarios, se trasladó con toda su familia a la Chicago argentina. En 1907, las columnas de la prensa de Rosario acogían las primeras producciones de aquel modesto amigo de las musas, sin sospechar acaso su edad. De aquella época son las composiciones: Vanitas, Los Adelantos del Progreso, La Patria Azul y Blanca, A Ella, Nocturnos. En 1915 leyó ante una selecta concurrencia, en el Centro Balear, su Oda a la "Elegía a la muerte de su padre", de Jorge Manrique, proeza que le valiera una notoriedad ruidosa pero efímera. Ese mismo año publicó: ¡Ciudadano!, obra de vuelo sostenido, desgraciadamente afeada por ciertos galicismos, imputables a la juventud del autor y a las pocas luces de la época, En 1919 lanza Fata Morgana, fina obrilla de circunstancias, cuyos cantos finales ya anuncian al vigoroso prosista de ¡Hablemos con más propiedad! (1932) y de Entre libros y papeles (1934). Durante la intervención de Labruna fue nombrado, primero, Inspector de enseñanza, y, después, Defensor de los pobres. Lejos de las blanduras del hogar, el áspero contacto de la realidad le dio esa experiencia que es tal vez la más alta enseñanza de su obra. Entre sus libros citaremos: El Congreso Eucarístico: órgano de la propaganda argentina, Vida y muerte de don Chicho Grande, de, ¡Ya sé leer! (aprobado por la Inspección de Enseñanza de la ciudad de Rosario), El aporte santafecino a los Ejércitos de la Independencia, Astros nuevos: Azorín, Gabriel Miró, Bontempelli. Sus cuentos policiales descubren una veta nueva del fecundo polígrafo: en ellos quiere combatir el frío intelectualismo en que han sumido este género Sir Conan Doyle, Ottolenghi, etc. Los cuentos de Pujato, como cariñosamente los llama el autor, no son la filigrana de un bizantino encerrado en la torre de marfil; son la voz de un contemporáneo , atento a los latidos humanos y que derrama a vuela pluma los raudales de su verdad."

Juan Ángel Juristo establece algunas claves en la personalidad de esta invención, fantasioso juego literario de ambos autores: "H. Bustos Domecq, autor del libro, cumple una condena de cadena perpetua por un crimen del que se supone, por el tono de la obra, es inocente. Desde la celda 273 resuelve asesinatos y otros problemas criminales y, sin embargo, es incapaz de demostrar su inocencia porque un funcionario de la comisaría 8 le debe dinero y no le interesa que don isidro se lo reclame. Este endeble estructura, endeble e inverosímil, permite que don Isidro acceda a los universos más surrealistas y a la resolución de los problemas más abstrusos con el sólo concurso de su inteligencia."

Hubo un primer antecedente, y es que Borges ya había empleado, en 1933, el seudónimo de F. Bustos como el supuesto autor de El hombre de la esquina rosada. En 1967, reincidieron (palabra clave en este blog), Borges y Bioy Casares, con la publicación de Crónicas de Bustos Domecq. Diez años más tarde, apareció Nuevos cuentos de Bustos Domecq. Siempre se dijo que, en su momento, a Borges le disgustó que se hiciera pública la verdadera identidad de su creación, aunque al final acabó por resignarse.

En una divertida entrevista con ambos escritores, que les hiciera Renée Sallas, para la revista Gente, publicada en agosto de 1977, acerca de la personalidad de Bustos Domecq -al que siempre se refieren como si en realidad existiese-, sobre su forma de vestir, sus ideas políticas, su vida familiar y sus lecturas, en la que dejan establecido que: "Tiene sesenta años. Es gordo y hasta panzón. Mide 1.75 metros. Pesa 82 kilos". Y luego agregan que "está siempre vestido de gris oscuro" y que "Lee muy poco. Pero siempre dice que ha leído algún libro, para quedar bien". Aclaran que, cuando lo ven, "Generalmente nos citamos en un café que está en Corrientes, entre San Martín y Reconquista. Muchas veces tratamos de llevarlo a La Fragata, pero siempre se negó. Detesta las confiterías: prefiere los cafés". Al final, les pregunta si va a vivir muchos años Bustos Domecq, y Borges responde: "Para mí, no. Para mí ya es un extinto". En cambio Bioy Casares expresa su deseo personal: "A mi me gustaría que viviera mucho tiempo". ¿Y Bustos Domecq -insiste la entrevistadora-, qué opina del particular?: "Nunca hablamos con él de este tema... Él jamás piensa en la muerte".


Jules Etienne

La ilustración corresponde a una fotografía de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.

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